16 dic 2013

Sobre un poema de Luis Cernuda

En una de las pobres grabaciones que Luis Cernuda realizó desde el exilio, poco antes de morir, donde lee sus poemas con una elegancia y dignidad indestructibles, de pronto irrumpe el claxon de un coche. En medio de lo sublime que quiere ser eterno, el ruido estridente y anecdótico de lo efímero. Ahora no recuerdo cuál era el poema ni el instante exacto en que lo estropeó para siempre, pero he pensado muchas veces en el significado de aquello.
Luis Cernuda no se detiene en la lectura. Podría haberlo hecho, y acaso dudó un segundo entre repetir la defectuosa grabación o seguir con ella, asumiendo la parte de vida e imperfección que es consustancial a la poesía. ¿Fue aquel sonido la advertencia de un conductor a algún viandante despistado? ¿O llamaba, de ese modo, la atención de un amigo o amiga con quien tenía una cita al otro lado de la calle? ¿O sería tal vez la señal en clave de un delincuente avisando a su cómplice de la llegada inminente de la policía?
Las posibles tramas que se desovillan tirando de ese hilito son innumerables. Y tanto es así que, misteriosamente, el poema en cuestión de Luis Cernuda se ha convertido en la anécdota, en la ocasión para escuchar ese claxon ya inmortal que nos habla de la vida y de la magia salvadora de la literatura.