4 oct 2014

La poesía o la casa abandonada

Un hombre solitario llega a una casa abandonada a las afueras de un pueblo donde las luces se encienden y se apagan siempre a la misma hora.
La puerta está abierta porque nadie se ha molestado en cerrarla, pues lo que hay de valor en ella solo es lo que ya se han llevado los antiguos moradores. Quedan, sobre la mesa, las cáscaras de algo anterior al tiempo como un puñado de preguntas sin respuestas.
El hombre ocupa un sitio en una alcoba. Pasan diez, veinte años y, de puro amar lo que no existe en aquella casa abandonada, ha conseguido adecentarla con su sola presencia, y engalanarla con su alegría, y honrarla humildemente con unos pocos muebles que sus propias manos han construido. ¿Quién se atreve a decirle que no es suya?
Cuando los habitantes del pueblo necesitan alguna cosa del hombre que vive en las afueras -un hacha bien afilada, leña seca, un poco de compañía-, llaman con los nudillos a la puerta, en señal de respeto, aunque esta sigue abierta como el primer día en que llegó.