26 sept 2014

Desde El balcón en invierno

Hay algo profundamente musical en El balcón en invierno, el último libro de Luis Landero. Quizá es la forma que tiene el autor de saltar por el tiempo, como dando a las teclas justas -aquí y allí, un poco con rumbo y un poco a la deriva- de un piano misteriosamente afinado. O quizá solo sea la impresión de algo que huye -un hombre o la sombra de un hombre- por el interminable corredor que hay detrás de las palabras, y que no admite ser nombrado sin nombrar a la muerte. Todo esto para decir que, en realidad, no sé qué es eso que tanto se parece a la música, a la eternidad, en esta novela donde Luis Landero cuenta sus memorias de juventud. Habría querido comentar este punto con el profesor Joan Pastrana, cuyos métodos siempre fueron muy particulares.
Sobre la música, por ejemplo, Joan Pastrana decía en sus diarios lo siguiente: "Lo que hay de abstracto en la música solo puede comprobarse en la dureza y en el silencio de las piedras". Y mostraba orgulloso, a sus alumnos, un pedazo de mármol que siempre llevaba en el bolsillo, y hacía ademán de lanzarlo con fuerza contra una de las ventanas del aula. Luego volvía a metérselo en el bolsillo y permenecía callado unos minutos. "Porque solo así oímos", escribe Joan Pastrana en su diario, "la música de lo que no llega a suceder".
Me pregunto qué habría pensado Joan de la maravillosa música de El balcón en invierno

20 sept 2014

Un buen intento

Intentaba decir una palabra como escribir una novela, como el paracaidista que se lanza sobre una X dibujada en un campo solitario. Como vivir. O no.

12 sept 2014

Lección de economía

He leído en Walden acerca de los míticos cortadores de hielo que cada invierno acudían a la laguna. Me habría gustado ser uno de ellos; de haber podido elegir una profesión y no un camino, me habría entregado a ese afán de cortar con un hacha el agua cuando está más cerca de la madera que de seguir siendo agua.
Las capas de hielo, para conservarse como tal, deben permanecer muy juntas y ser lo suficientemente sólidas, gruesas. Una única capa no tarda en deshacerse bajo la mera presencia del aire, mientras que entre todas pueden mantener la temperatura durante meses o años, según cuenta Thoreau.
Con el dinero sucede lo mismo, pues se conserva mejor, a temperatura constante, cuando se junta con otras grandes cantidades de dinero. Pero yo habría querido ser rico en hielo cortado por mis manos porque sé que solo queda realmente lo que desaparece, y es de un brillante color azul casi inverosímil atravesado por vetas blancas.